viernes, 19 de junio de 2009

traición

Hace mucho que no te visito, que no tengo tiempo para decirte algo, pero hoy ya creo que es el momento oportuno, porque necesito contárselo a alguien, y tu siempre estás dispuesto a escuchar, a leer las palabras sin sentido que salen de mi interior.

Hace tiempo que tengo miedo, pero no miedo por tenerlo, sino a mí, a lo que puedo hacer, porque he visto cosas en mi cabeza que me han hecho reaccionar, espabilar y decir... ¡BASTA YA!

Sentía que hacía algo de lo que me arrepentiría, de lo que, aunque quisiera volver a empezar, nunca podría remediar.

La cuestión es la elección que hice, las decisiones que, hoy, considero equivocadas, pero que en ese momento ni si quiera me planteé como tales. Para mí no eran opciones, sino momentos irrepetibles, oportunidades que sólo se presentan una vez en la vida y tenía que subir rápido antes de que me abandonaran.

¿Qué he hecho para sentirme así? seguro que te lo estás preguntando, pero no puedo responder tan rápido a la pregunta sin que conozcas toda la historia, para que no juzgues sin conocer todo lo que la acompañaba.

Hace unos meses, estando tan tranquilamente, como siempre, empecé a sentir escalofríos por la espalda, momentos en los que, sin venir a cuento, empezaba a hervirme o a sentir mucho frío. De primeras no le daba la más mínima importancia, porque cuanto más pensara en ello más incómoda me sentiría pensando siempre en lo peor y buscando los extremos más catastrofistas. Ya me conoces.

Aun así, la cosa seguía y seguía. Me pasaba en cualquier momento y lugar. E incluso los síntomas iban cambiando e intensificándose. Ya no sólo era la espalda, empezaban a sentir cosquilleos en las manos, el corazón palpitaba más rápido, y lo sentía por todo el cuerpo.

Poco a poco, empecé a buscar explicaciones de lo más tontas, en plan de, bah, me estoy constipando, o la posición en la que estoy hace que se me duerman las articulaciones, por eso el cosquilleo, y los sofocos, o podría ser anemia. Quién sabe... e incluso en uno de mis momentos de inspiración tonta pensé en la menopausia muy prematura... No sé, era sólo buscar explicaciones tontas para quitar hierro al asunto.

Como la cosa seguía, ya empecé a buscar otros motivos, como el fijarme en el lugar donde me pasara, si era en clase, o en casa, en la biblioteca... Pero seguía sin encontrar una explicación convincente.

Cansada, pasaba de prestarle tanta atención esos síntomas, o lo que fueran, y para qué voy a ir al médico... para hacerle perder el tiempo a él, y también el mío... Así que empecé a ignorar son signos, los indicios de mi cambio, a pensar en otra cosa si aparecían, y sino pues mejor.

Con el tiempo, se pasaron, justo en verano, cuando creía que ya tenía que empezar a preocuparme, porque su frecuencia cada vez era mayor, y tan tranquila me fui de vacaciones. Hice mi vida normal y corriente, como la estaba haciendo antes, pero ya sin nada de lo que preocuparme, hasta que un buen día, volvieron sin avisar. Estando en casa, a punto de salir para la biblioteca a preparar los exámenes de septiembre, cuando apagaba el ordenador, sentí ese latido embriagador por todo mi cuerpo, desde la cabeza a los pies.

Cuando miré el reloj, saliendo por la puerta de casa, otro vuelco al corazón. La espalda empezaba a erizarse, a estremecerse como lo hacía antes. No sabía que estaba pasando, pero de repente, todo volvía a empezar. Se había roto la tranquilidad.

No quería volver a pasar por eso, no podía concentrarme en los apuntes cuando, cada 5 minutos, alguna señal hacía estragos en la tranquilidad que necesitaba para poder pasar de renglón, de una vez por todas.

Cansada. Agotada. Buscaba explicaciones tontas, otra vez, pero no llegaba a resolver todos los interrogantes que surgían.

Tenía que volver a empezar con mi búsqueda de respuestas fuera y dentro de mí.

Por fin, un día, tras una tarde completa de cosquilleos y pálpitos, a los que estaba empezando a apreciar después de todo, algo pasó, algo que hizo que... no sé, que hablara de ello con alguien, que por una tontería volvieran a producirse todos esos síntomas de golpe, con más intensidad que nunca, lo que no tenía mucho sentido. Solo estaba hablando, contando una historia, riéndome de las cosas más tontas que había pensado sobre todo este asunto, cuando por fin todo cobró sentido.

Lo sentía. Tenía delante la solución a todas esas preguntas que se habían abierto durante tanto tiempo, esa era la respuesta. Ahora todo cuadraba. Ya tenía sentido.

Mis pálpitos, los escalofríos, ese cosquilleo interminable y agradable a la vez... todos ellos se producían con una persona, con la presencia de esa persona. Cuando apagaba el ordenador aquella primera tarde de estudio, había visto un correo electrónico con unas fotos. Cuando llegaba a la biblioteca, esperaba encontrarme con alguien en la entrada, o en los pasillos de la facultad. Tenía ganas de saber más, de, aunque sólo fuera eso, compartir unos segundos, una mirada cómplice que siempre iba acompañada de una sonrisa dulce y amable.

Sin más, empecé a olvidarme de la otra persona, la persona con la que tenía una relación, y buscaba más momentos en común con la que producía tantos y tantos estragos en mí. Buscaba en el correo y escribía mensajes que nunca me atreví a mandar. Hacía preguntas y entablaba conversaciones que no tenían mucho sentido, pero que me permitían compartir unos minutos.

Poco a poco, los minutos se fueron convirtiendo en encuentros casuales que se extendían en el tiempo y espacio. Ya no compartíamos un pequeño espacio, sino que comenzamos a buscar otros lugares nuevos, ratos más agradables y personales, con los tan valorados cosquilleos por todo mi cuerpo.

Sin saber cómo, pasaba más tiempo pensando en él que en el otro él, algo que no podría haber hecho antes. Nunca jamás podría haberle hecho eso. No. Nunca, con todo lo que le quería... Pero pasó.

Ya no dedicaba tanto tiempo como debería a mi relación, y estaba centrada en la amistad que estaba creciendo cada vez más rápido. Más y más rápido. Y me gustaba pensar en ella, hacer planes, buscar mis escalofríos favoritos allá donde fuera, hasta el punto que provoqué escalofríos, palpitaciones y fuegos artificiales en mí, en él y en todo lo que en ese momento nos rodeaba. Él estaba también metido en este mundo de dulces sobresaltos, y sin saber cómo empezó otra historia paralela plagada de nuevas sensaciones, pero sin que hubiera acabado la primera.

En ese momento todo estaba bien. Yo no pensaba, sólo sentía, vivía, reaccionaba ante los impulsos, dejaba que afloraran mis instintos.

Ahora supongo que ya me entiendes. Comprendes porqué me siento así, como una traidora, como alguien dispuesto a hacer sufrir, a herir a los otros sin importar el cómo y cuándo. La verdad es que en ese momento sólo pensé en el momento, en lo a gusto que estaba, en los bien que me hacía sentir todo eso, lo que nos rodeaba, el momento en sí.

No pensé, sólo reaccioné, y no está bien. No quiero hacer sufrir a nadie, y no le he herido, directamente he apuñalado en el corazón a alguien que lo ha dado todo por mí, que me ha dedicado toda su vida, que ha abandonado todo por mí.

No hay comentarios: